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Teoría Sobre River

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Teoría Sobre River Empty Teoría Sobre River

Mensaje  Sandri Miér Abr 29, 2009 9:32 pm

Bueno, primero de todo, aclarar que esto lo escribí antes de que saliese el Poder del Mago (tal era mi intriga por saber qué había pasado al terminar la Cazadora, que me lo inventé Razz), así que no vayáis a creéroslo porque me lo imaginé tal como creía que había pasado xD (aunque en algunas cosas acerté xD)

Capítulo 1: LOS PODERES
Abrió los ojos. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente ni recordaba lo que le había pasado. Tan sólo sabía que le dolía la cabeza, como si tuviera mil alfileres clavados en ella. Miró a su alrededor, pero no reconoció el lugar donde se encontraba. Se sentía tan débil que ni siquiera notó que estaba atado, hasta que se miró las manos. También lo habían amordazado para que no pudiera usar su magia. Pero estaba tan cansado que no le importó. Cerró los ojos, dispuesto a volver a sumirse en el profundo sueño del que había salido…
… y oyó las voces.
-… Es increíble que haya sobrevivido -decía una voz masculina que creía haber oído antes-. ¡Es algo inaudito! Nadie que haya sufrido esa condena está vivo para contarlo.
-Es el hijo de la Casa de los Tres Elfos -respondió una voz femenina-. Lo raro sería que estuviera muerto.
¿La Casa de los Tres Elfos? Ese nombre le sonaba mucho.
-Y ahora tiene aún más poder que antes -dijo la voz masculina -.Tenemos que ponerlo de nuestra parte para aprovecharnos de ello.
-Será difícil -aseveró la mujer-. River es el hijo de Lander y, como tal, es muy fiel a Arsilon y a su rey. Hay que convencerle utilizando su punto débil.
¿River? ¿Lander? ¿Arsilon? Sacudió la cabeza, aturdido, tratando de poner sus pensamientos en orden. Lander era su padre, eso no podría olvidarlo jamás. Por lo tanto, él era River. En cuanto a Arsilon… Recordaba al rey Ian, su tutor y protector, y al sobrino de éste, Killian, futuro rey del reino y un gran amigo para él, quizás el mejor que había tenido nunca. También se acordaba del castillo donde había vivido casi toda su vida, del pueblo junto al castillo, del bosque de Dreisar… Lo veía todo tan claramente en su mente que tenía la impresión de encontrarse allí.
Pero algo lo interrumpió y lo sacó de sus pensamientos.
-Sabemos que estás despierto, Alto humano -dijo frente a él la voz femenina que había oído antes.
Descubrió que ya no tenía la mordaza, pero las cuerdas le apretaban tan fuerte las muñecas que estaba seguro que podrían cortarle la circulación. Sin embargo, mantuvo los ojos cerrados, no se movió del frío suelo donde se hallaba y, simple y solamente, respondió:
-Lo estoy.
-No deberías estar vivo -arremetió contra él la voz masculina.
-Probablemente -suspiró River.
-Dinos, joven, ¿qué sientes? -preguntó la mujer con fingida dulzura.
-Cansancio.
-¿Nada más? -insistió la mujer.
-Agotamiento.
-Joven mago inexperto -intervino el hombre; su voz denotaba furia-, ¿no eres capaz de decirnos si sientes poder?
-No, no lo siento -negó River con tranquilidad.
Pero en cuanto lo dijo se arrepintió, pues volvió a sentir como si mil agujas afiladas se clavaran poco a poco en su cabeza. No pudo reprimir un grito de dolor.
-¿Lo has sentido? -La esperanza renació en la voz del hombre.
-He sentido… algo… clavándose en mi… cerebro -jadeó River, recuperando el aliento.
Ahogado por los pinchazos y el dolor, River no vio la mirada triunfal que cruzaban sus interlocutores; tampoco los vio abandonar la sala, dejándolo solo con su soledad y su tortura. Cada punzada que, intermitentemente, sentía clavarse en su cerebro, le hacía conocer un nuevo hechizo y saber manejarlo como si lo hubiera practicado toda su vida. No sabía si era de noche o de día, pero le pareció que llevaba una eternidad sintiendo agujas en su cabeza hasta que, sin aliento, apenas fue consciente de la entrada de alguien más en la habitación en la que se encontraba.


Se encontraba mucho más descansado cuando abrió los ojos. Seguía tumbado boca arriba sobre un frío suelo de piedra y sus manos continuaban atadas a su espalda, pero ya no tenía la mordaza. Sin embargo, cuando trató de pronunciar un conjuro para liberarse, no le salió la voz; estaba afónico. Desistió en su intento de recuperar la voz, pues sólo el que le hubiera lanzado el hechizo podría deshacérselo, y se entretuvo en mirar por primera vez la sala donde se hallaba. Era tal y como la esperaba: oscura, fría, lúgubre y con una única puerta, consistente en una reja formada por barrotes de hierro, por los cuales entraba un poco de luz rojiza. Gracias a éste destello vespertino logró vislumbrar una bandeja con comida, y trató de arrastrarse hasta ella para saciar el hambre que acababa de descubrir en su estómago.
No consiguió avanzar un milímetro cuando vio una sombra entre los barrotes y oyó la cerradura de la reja abrirse.
-Vaya, vaya, vaya -dijo una voz socarrona; el dueño de ésta lo agarró por la espalda y lo puso en pie-. ¿Qué tenemos aquí? ¿Un pequeño mago indefenso?
River mantuvo el equilibrio y miró a su interlocutor: se trataba de un Elfo de la Noche, alto y apuesto, de mirada ambiciosa y con los cabellos, los labios y los ojos del color del atardecer. Sintió una punzada en el pecho al acordarse de Eyrien de Siarta, cuyos rasgos eran como los del elfo que tenía ante él, pero mantuvo la compostura y la cabeza bien alta.
-¿Quién eres tú? -espetó telepáticamente.
-Eso no importa -esquivó el elfo-.Aquí el importante eres tú, aprendiz de mago. Tienes unos poderes inmensos que demostrarás pronto, por tu bien. Anda, come.
Lo arrojó con desprecio al suelo y le arrimó la bandeja de una patada. Pero River aún no podía comer; tenía las manos atadas a la espalda.
-¿Por favor…? -pidió mentalmente al elfo.
Éste hizo una mueca exasperada antes de desatarle las manos para volvérselas a atar por delante, todo ello con un simple movimiento de su mano. River no esperó para lanzarse a por la comida, pues el estómago le rugía hambriento. Mientras devoraba una manzana, no pudo reprimir las ganas de preguntar a la mente del elfo:
-¿Son tus jefes los Sabios de Siarta?
-No voy a decirte quiénes son mis jefes -respondió el elfo con desdén, apartando la mirada.
-Eso significa que sí lo son -sonrió River; podía ver nerviosismo en los gestos del elfo.
- ¡No importa quiénes sean! -vociferó éste, eludiendo la pregunta; no podía mentir como elfo que era.
-De acuerdo, de acuerdo -concedió River, seguro de su intuición-. ¿Puedo saber, al menos, qué quieren tus jefes de mí?
-Sólo puedo decir que eres muy poderoso, más de lo que puedas imaginar.
El elfo se agachó junto a él, le puso la mordaza y salió de la sala. Al igual que había leído la mentira, River también había podido ver seriedad y sinceridad en el elfo cuando le contestó a su última pregunta. Se asustó. ¿Realmente tenía tanto poder que los Sabios querían aprovecharse de ello? Lo ignoraba. Lo único que sabía en aquel momento era que no podía dejar que lo hicieran.
Tenía que escapar.
Contempló la habitación con más detenimiento, en busca de algún recoveco por el que pudiera huir, pero no lo halló. Tan sólo podía salir por la reja de barrotes. Mientras pensaba un modo de abrirla y escapar sin ser visto, sus manos se dirigieron inconscientemente a su boca para quitarle la mordaza. Fue entonces cuando se dio cuenta de dos cosas: de que el elfo había olvidado ponerle las manos a la espalda, y de que le había devuelto la voz, no sabía por qué. Susurró un tenue “liberadme” en lengua élfica, y las cuerdas soltaron sus muñecas. Asomó la cabeza entre los barrotes con precaución y, tras asegurarse de que no había nadie en el pasillo, abrió la reja con un sencillo “ábrete”. Se sorprendió de conocer dicho conjuro, pero entonces le pasó algo que lo asombró aún más: podía ver lo que había tras cada una de las puertas que se hallaban en aquel corredor. Fue así como encontró la que debía cruzar para escapar.
Dejando a un lado las sorpresas, corrió hacia la puerta más lejana a su celda, sujetó el pomo, tiró de él, y el suave azote del anochecer le dio en el rostro. Sin pensarlo dos veces y sin mirar atrás, cruzó el umbral y echó a correr lo más rápido que pudo.

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Mensaje  Sandri Vie Mayo 01, 2009 2:12 pm

Aquí el capítulo 2 (son todos muy breves)

Capítulo 2: LOS ELFOS DE LOS BOSQUES
Corrió y corrió a través de los árboles, sorteando rocas y ramas bajas, sin pararse en ningún momento, únicamente preocupado por alejarse de aquel lugar y de las personas que habitaban en él. No quería reconocerlo, pero tenía miedo. Miedo de dichas personas que querían utilizarlo. Miedo de los poderes que parecía tener. Miedo de lo que podría hacer con ellos.
Perdido en sus pensamientos y en su afán por huir, River no vio a tiempo una roca puntiaguda; la notó clavarse en su muslo mientras caía sobre la fresca hierba. Gritó de dolor, tratando de contener inútilmente la sangre que manaba de la herida con las manos, y empezó a sentir que la cabeza le daba vueltas. Se tumbó bocarriba, pensando un modo de continuar sin ser capturado y esperando a que disminuyera esa sensación de mareo. En su estado, herido y debilitado por la carrera, no podía usar la magia, pues podría extenuarse más. Cerró los ojos…
… y la vio. Eyrien se acercaba a él a la grupa de su hermosa Pegaso, Elarha. Venía a buscarlo para ponerlo a salvo. River contempló su hermosa cabellera azul al viento mientras volaba hacia él. Su piel pálida y sus ojos color zafiro lo deslumbraron. Cuando la elfa se inclinó junto a él, River sintió un ferviente deseo de volver a besar sus labios azules, que tan bien le habían sabido la primera vez que los probó. La Hija de Siarta le acarició el cabello con cariño, mirándolo con ese aire de acertijo indescifrable que a él tanto le gustaba. River quería levantarse, abrazarla, demostrarle su alegría de verla de nuevo. Pero la mente te le estaba nublando poco a poco, y tan sólo alcanzó a decir su nombre mientras alzaba un brazo hacia ella…

Despertó entre una multitud; oía ruido y voces a su alrededor. Sin embargo, cuando abrió los ojos se hizo el silencio. Seguía estando tumbado, pero no podía ver el cielo, sino una densa maraña de hojas verdes que dejaba traspasar algo de luz matinal; estaba amaneciendo.
River no recordaba haber visto nunca algo así. Se incorporó un poco, sin rastro de mareos ni dolores de cabeza, y miró a su alrededor. Se sorprendió de ver elfos con el cabello, los ojos y los labios tan verdes como las hojas que los cubrían.
-Elfos de los Bosques… -murmuró para sí.
Los elfos lo miraban con una mezcla de asombro y desconfianza. Uno de ellos, el que parecía el jefe, se adelantó unos pasos y se aclaró la garganta.
-Bienvenido a nuestro humilde hogar, Alto humano -saludó; su voz era áspera-. Mi nombre es Leaf y soy el líder de la comunidad élfica de los Bosques de Quersia.
River captó la hostilidad de sus palabras, pero sonrió.
-Es un placer conocerte, Señor de Quersia -dijo, poniéndose en pie sin esfuerzo-. Yo soy River de la Casa de los Tres Elfos, hijo de Lander y Robin. Agradezco enormemente la hospitalidad que me habéis brindado los Elfos de los Bosques acogiéndome en vuestro hogar.
-No podíamos abandonar a alguien tan poderoso -dijo un niño elfo, al que su madre acalló enseguida. El pequeño se escondió tras sus faldas, avergonzado, sintiendo la mirada del joven mago clavarse en él con curiosidad.
-Tenías una herida cuando te encontramos -narró Leaf; River lo miró-. Se te curó sola mientras te traíamos aquí. Nosotros no hicimos nada, cuando llegamos ya estabas curado.
A River se le encogió el corazón y bajó la mirada. Cada vez estaba más asustado del poder que crecía en su interior, pero no sabía qué podía hacer para evitarlo.

Convivió durante una temporada con los elfos quersianos en las copas de los árboles, pero en cuanto tuvo oportunidad los abandonó. No se fiaba de Leaf, y le constaba que tampoco él le inspiraba confianza al elfo, pues lo había oído una noche hablando con uno de sus subordinados.
-Debemos retenerlo aquí más tiempo -había dicho Leaf-. No sabemos qué poderes oculta, pero hay que evitar que escape hasta que lleguen los Sabios de Siarta y decidan qué hacer con él.
-¿No nos ha dicho de dónde viene, señor? -había preguntado su sirviente.
-Asegura que estaba en Sentrist hace pocos días, que emprendió un viaje con los Elfos de las Rocas y que, de pronto, se encontró en el destruido Centro Umbanda de nuestro bosque -había respondido Leaf-. No me creo una palabra.
Tras oír esta conversación agazapado entre las ramas, River había tomado la decisión de huir.
No fue fácil; como ya sabía, los elfos tenían los sentidos más desarrollados que los humanos y, por tanto, lo escuchaban cuando simulaba que paseaba, siendo su verdadera intención la de escapar.
Un día, de repente, todos los elfos quersianos abandonaron el árbol en que habitaban, y dejaron al mago en su supuesta habitación con dos guardias apostados a la entrada. No sabía por qué se habían ido ni adónde, pero River vio su oportunidad de irse de allí; dos elfos serían más fáciles de vencer que todo un ejército. Trazó cuidadosamente un plan y lo puso en práctica.
Los dos elfos charlaban animadamente entre las ramas, a pocos metros de la pequeña cabaña de hojas donde descansaba el Alto humano, cuando su fino olfato los alertó de un peligroso fuego cercano.
River había salido corriendo en cuanto había oído a los elfos gritar “¡Fuego!” muy alarmados. Bajó las innumerables e incesantes escaleras que rodeaban el árbol en cuya copa se encontraba, pero los quersianos lo descubrieron cuando tan sólo había descendido dos niveles; aún le quedaban nueve.
-¡A por él!
-¡Que no escape!
River aceleró el paso con el corazón desbocado, aun a riesgo de caer rodando, pero de poco le sirvió, pues los elfos no tardaron en darle alcance, tan rápidos como eran.
-¡Soltadme! -gritó, forcejeando por liberarse-. ¡Dejadme ir! ¡No soy prisionero de nadie!
-¡Ahora lo eres de nuestro Señor Leaf! -dijo uno de los elfos; el otro le lanzó un hechizo aturdidor.
Entonces, mientras era arrastrado escaleras arriba, de vuelta a su prisión de hojas y ramas, River rescató un conjuro de lo más profundo y recóndito de su memoria.
-Elimínalos -pronunció en lengua élfica.
Se arrepintió de haber dicho aquella palabra en cuanto sintió los efectos de ello; el elfo que sujetaba su brazo derecho comenzó a arder, y no tuvo tiempo de gritar cuando ya se había consumido. En cuanto al otro elfo, por su cuerpo se abrieron varias brechas, de las que manó una brillante sangre roja y dorada, y se desvaneció en el aire.
Boquiabierto por los efectos de su hechizo y maldiciéndose por haberlo realizado, River deseó estar viviendo un sueño, una pesadilla, y que todo aquello no hubiera pasado. Por desgracia, cuando abrió los ojos seguía estando solo en la copa de aquel árbol; no había ni rastro de los dos elfos que habían intentado mantenerlo prisionero.
Lo decidió en aquel momento, no iba a dar marcha atrás. Subió a la barandilla que rodeaba las escaleras, cerró los ojos y, sin pensarlo dos veces, saltó. River saltó desde la copa de aquel altísimo árbol, deseando quitarse la vida por el acto tan atroz que había cometido con los poderes que no había pedido poseer.

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Mensaje  Sandri Sáb Mayo 02, 2009 11:28 pm

Capítulo 3: VUELTA A CASA
Sintió sus huesos romperse al impactar contra el suelo, pero no le dio tiempo a gritar cuando percibió cómo se recomponían. Sorprendido, River abrió los ojos: estaba vivo. Se había tirado desde un árbol de varios metros de altura, pero seguía vivo. Un estremecimiento le recorrió el alma; debía eliminar esos poderes de su cuerpo, pues podía matar, pero era incapaz de morir.
Aterrado por estos pensamientos y con el recuerdo de los elfos que había asesinado muy fresco en su mente, River se levantó y miró a su alrededor; todo eran árboles, no había ningún camino señalado para salir de allí. Sin embargo, aquellos poderes le sirvieron para algo bueno aquella vez: sin necesidad de brújulas ni señales, supo que debía ir hacia el Norte para salir del bosque, es decir, hacia su derecha. Sin pensarlo un segundo comenzó a andar; debía hallar la salida del bosque de Quersia para dirigirse hacia Arsilon, donde esperaría la llegada de la única persona que sabía que podría ayudarle: Eyrien de Siarta.
Caminó sin descanso durante dos días y dos noches. Al atardecer del tercer día comenzaba a desfallecer de hambre, y se imaginó a sí mismo comiendo un apetitoso conejo, de los que solía haber por allí. Tan sólo fue pensarlo, y descubrió un pequeño conejo muerto ante él. No se preguntó cómo lo había hecho, pero lo tuvo en cuenta para el momento de contar a Eyrien la extraña magia que podía invocar. Asó el conejo con una hoguera que no le resultó difícil encender, y luego se echó a dormir un rato.
Sin embargo, cuando le parecía que acababa de dormirse, unos cascos de caballo lo despertaron. Se incorporó, alerta, y escudriñó entre la maleza. Tuvo suerte de estar escondido y de que la hoguera ya se hubiera apagado, pensó, pues ante sus ojos desfilaba el ejército élfico quersiano. El jefe, Leaf, montaba un hermoso corcel digno de admiración.
-Parad –ordenó de repente, cuando pasaba justo por delante del árbol tras el cual se ocultaba River-. Tú –llamó al elfo más cercano a la maleza-, mira a ver qué hay detrás de éste árbol.
River palideció; no podía ser descubierto. Había escapado de su supuesto alojamiento en el árbol de Leaf, y además había asesinado a dos de sus subordinados. Sin duda, el jefe elfo lo prendería si lo hallaba, y lo mataría tras descubrir lo que había hecho. Nervioso y temblando de miedo, River se sentó en la hierba y cerró los ojos, esperando ser descubierto, mientras una parte de su mente aceptaba el destino que le aguardaba, y la otra se debatía por llegar a Arsilon y encontrarse con Eyrien para deshacerse al fin de aquella maldita magia que tanto mal le había causado…
Apretando las sudorosas manos, River deseó con todas sus fuerzas ser invisible. No quería morir, no ahora que la magia le daba una nueva oportunidad de salvar su vida y la de los que le rodeaban, pues así había interpretado las consecuencias de no haber muerto tras la caída. Escuchó al elfo quersiano apartar las ramas, lo oyó pisar la hierba, sintió su mirada clavándose en él…
-No hay nada, Señor –dijo su voz melodiosa, casi junto al oído de River-. Esta zona del bosque está desierta.
-¿Estás seguro? –inquirió Leaf, arqueando una ceja.
-Sí, Señor, muy seguro.
El elfo volvió a su puesto en la comitiva quersiana, y ésta volvió a ponerse en marcha a una orden de su jefe, que seguía mirando con desconfianza hacia la maleza cuando espoleó su caballo.
River se atrevió a abrir los ojos cuando aún se oían los últimos pasos de los elfos de la retaguardia. No daba crédito a lo que había escuchado. Se miró las manos, confuso, pero no llegó a vérselas. Medio sorprendido, medio asustado, bajó lentamente la vista para mirarse el cuerpo.
No logró verlo.
Una sensación de ahogo lo invadió. Aquel era un hechizo del más alto nivel en los Centros Umbanda de todo el Continente Norte, y aun a los maestros hechiceros les costaba un poco realizarlo para enseñarlo a sus alumnos, los más mayores y hábiles de las escuelas mágicas. Y sin embargo, él, que iba por el antepenúltimo nivel, había logrado hacerse invisible con sólo desearlo, pues apenas había necesitado concentrarse. Un escalofrío recorrió su columna al comprender cómo lo había logrado, y las ganas de hallarse pronto en Arsilon aumentaron más si cabía.
Sabía que aquella noche no iba a poder dormir, por lo que se levantó y echó a correr hacia el Norte.



Llevaba cinco días de infructuoso viaje a través del bosque de Quersia, cuando halló al fin la salida.
Había caminado sin pausa entre los árboles, alimentándose de conejos que aparecían ante él con sólo imaginárselos, y echándose sobre la hierba a descansar cada noche, pero sin pegar ojo a causa del miedo que sentía hacia sí mismo, y de la aversión hacia aquel poder que quería pero no podía abandonar.
Y ahora, al fin, River se hallaba de pie ante una colina, contemplando la hermosa ciudad de Quersis. Se sintió aliviado de haber abandonado al fin el bosque, pero sabía que debía permanecer oculto y llegar cuanto antes a Arsilon. Así que dio la espalda a la ciudad para dirigirse al Este. “Los guardias no me habrán visto”, pensó. “Aún no sé cómo quitarme la invisibilidad de encima, pero por ahora quiero seguir así.”
Así pues, continuó su camino sin apenas novedades, viviendo siempre como un fugitivo, procurando realizar la menor magia posible…
…hasta que llegó a su destino.
Arsilon se alzaba, hermosa e imponente, en el valle que se extendía a los pies de un agotado River. Contempló durante unos instantes el castillo donde había vivido siempre que había estado allí, bañado por las luces del amanecer, y luego decidió que quería permanecer invisible a los ojos de todos hasta que pudiera reunirse con su protector Ian. Seguro de su determinación, River se dejó caer por la cuesta que lo separaba de la ciudad, y luego se apostó a las puertas de ésta, esperando a que los guardias tuvieran que abrirla para dejar entrar o salir a alguien.
No tuvo que esperar mucho; cuando el sol apenas había salido, varios campesinos comenzaron a salir en tropel de Arsilon, para ir a trabajar los campos hasta el anochecer. River esperó a que hubieran salido todos para colarse dentro, dejando a unos asombrados guardias tratando de cerrar las súbitamente duras puertas, que se resistían a cerrarse.
River conocía la ciudad de Arsilon como la palma de su mano. Disfrutó de su vuelta a casa paseando tranquilamente por las calles, tan sólo preocupado por no chocarse con nadie y delatar su presencia, y se detuvo un poco a beber en la fuente de la Plaza Central. Cuando se hubo saciado lo suficiente, se mojó la cara y el cabello para aseárselos un poco, después de tantos días de viaje. Luego prosiguió su camino sin dejar rastro, pues había conseguido secarse tras sentirse limpio para no mojar el suelo de la ciudad.
Así, paseando serena y lentamente por las calles, River llegó al castillo. Tragó saliva; no le iba a ser tan fácil penetrar en él. Se encontraba al pie de unas marmóreas escaleras, que concluían en una puerta de hierro fuertemente protegida. River no pudo evitar sonreír; la seguridad de su castillo y de su ciudad siempre habían sido las mayores preocupaciones de Ian de Arsilon, y desde luego lo había conseguido: las defensas de la ciudad eran las mejores de todos los reinos humanos del Continente Norte, y sus guerreros eran los más fuertes y hábiles de la región. Ian era un buen rey, pensó River con cariño.
Mientras en su mente bullían toda clase de sentimientos agradecidos hacia Ian, River había ido subiendo las escaleras y ya se encontraba ante la puerta. Sin embargo, sabía que no iba a poder entrar por ahí, así que rodeó el castillo y se dirigió hacia la puerta situada en la parte trasera, la que sabía que Eyrien conocía perfectamente. Sin embargo, no quería encontrarse con el mago Hedar, por lo que decidió cruzar la puerta custodiada por él a base de magia.
El mago Hedar se hallaba en la sala más alejada de la puerta principal del castillo, charlando animadamente con dos de sus discípulos mientras los soldados se encargaban de la guardia. De pronto, éstos gritaron, y Hedar salió al pasillo precipitadamente, seguido por sus pupilos, para encontrarse con la puerta secreta abierta de par en par y los soldados intentando que sus armaduras no volaran por los aires. Como buen mago, Hedar supo enseguida que aquello no había sido una simple corriente de aire; alguien había provocado un fuerte vendaval para entrar en el edificio. Y debía de ser alguien muy poderoso, pensó, pues un hechizo como aquel requería largos años de aprendizaje; él mismo lo había tenido difícil a la hora de aprender a convocar el aire. Con el semblante preocupado, envió a un soldado y un mago a dar la alarma, inmediatamente, de que había un intruso en el castillo.
River no se demoró; sabía que Hedar daría la voz de alarma, por lo que debía hallar a Ian antes que él. Corrió a través de los pasillos que conocía tan bien, pasó por delante de sus aposentos y de los de Killian, atravesó corredores iluminados y antesalas desiertas, y finalmente, subió las escaleras que lo llevarían al salón del trono.
Jadeó, aliviado, recuperando el aliento antes de entrar; había llegado antes. Sin embargo, se encontraba con otro problema: ¿cómo introducirse en el salón sin que los allí presentes se percatasen de ello? Ian podría no estar solo, y en tal caso sería peor que explicar los sucesos al rey por separado. Entonces recordó cómo había conseguido hallar la salida cuando lo habían apresado en el derruido Centro Umbanda: había visto a través de las puertas lo que había tras ellas. Así pues, se dispuso a hacer lo mismo aquella vez.
El rey contemplaba Arsilon desde la cristalera del salón del trono, visiblemente preocupado. Había recibido noticias aquellos días, unas buenas y otras malas. Las que lo habían alegrado en el momento de conocerlas habían sido, sobre todo, la victoria de la Triple Alianza sobre los Pueblos Cáusticos, y el pronto regreso de su sobrino y heredero, Killian. Sin embargo, las malas noticias no dejaban de dar vueltas por su cabeza: Eyrien había ido en busca de aquel íncubo que la había atacado y que había estado a punto de atacarla, Y River, su ahijado, había desaparecido misteriosamente cuando viajaba con los Elfos de las Rocas, cerca de Sentrist, de camino al escondite de los feéricos. La alegría por el pronto regreso de Killian, que llegaría aquella misma tarde, no lograba apartar de su mente la preocupación por la elfa y por el mago. Sabía que Eyrien podría cuidarse sola a pesar del peligro del viaje; además, pensó, la acompañaban Eriesh y Freyn. Sin embargo, el joven mago de la Casa de los Tres Elfos se encontraba en paradero desconocido, y quién sabe las cosas que podrían haberle sucedido hasta aquel momento.
Un chirrido lo sacó de sus pensamientos. Se giró rápidamente para encontrarse con la puerta abierta de par en par, pero en el umbral no había nadie. La vana esperanza que había aparecido en sus ojos de recibir buenas noticias se desvaneció al comprender que todo se debía al viento. Sin preocuparse más por la puerta, el rey volvió a centrar su mirada en el pueblo de Arsilon.
River contuvo el aliento. Ahora que había conseguido entrar, no sabía cómo actuar. ¿Qué pensaría Ian al verle? ¿Se alegraría? ¿Se extrañaría? Hacía mucho tiempo que no lo veía y, a pesar de que había leído preocupación en los ojos de su protector, ignoraba si podía caerle una reprimenda por encontrarse allí en lugar de en Sentrist, que era el último lugar al que Ian sabía que debía ir el joven mago.
Con un nudo en la garganta, River se atrevió a llamar al rey.
-Ian… -susurró.
El Bajo humano se dio la vuelta, confundido, creyendo haber oído su nombre en aquella sala vacía. La recorrió con la mirada, pero no vio a nadie. Resignado y creyendo que se volvía loco, Ian giró la cabeza hacia la ventana.
-¡Ian! –repitió entonces River, dando más énfasis a su voz, mientras echaba a andar con lentitud hacia el rey.
Estaba seguro de haberlo oído, pero no sabía quién lo había dicho, aunque le resultaba una voz familiar; Ian agarró un pequeño cuchillo que había sobre una mesa cercana y se colocó de espaldas a la cristalera, con una repentina expresión feroz en el rostro.
-¿Quién anda ahí? –clamó.
-Ian, soy yo –habló el mago con voz clara-. Soy River, y estoy frente a ti.
Sin poder creer lo que oía, Ian dejó caer el cuchillo y alzó los brazos, como esperando abrazar a alguien. En efecto, alguien lo abrazó: River no había podido contenerse por más tiempo y se había echado a los brazos de su protector. Sólo entonces se dio cuenta de lo mucho que lo había añorado, y se sintió feliz; feliz de encontrarse, al fin, de vuelta a casa.

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Mensaje  Sandri Sáb Mayo 16, 2009 5:34 pm

Capítulo 4: EL REENCUENTRO
-Así que poderes… -murmuró Ian, pensativo, tras haber oído el relato sobre lo ocurrido a River-. ¿Y tienes la certeza de que fueron los Sabios de Siarta quienes te los otorgaron?
-Estoy totalmente seguro de ello –respondió River con calma-. Y también estoy seguro de que, si hay alguien que pueda ayudarme, esa es Eyrien.
-Bien, pues habrás de esperarla aquí o salir en su busca –dijo Ian-. Tengo entendido que Eyrien está realizando un viaje expedicionario a Selbast con Freyn y Eriesh, y no parece que vayan a regresar pronto.
-Es verdad… -River recordó la reunión en Sentrist en que la elfa había decidido salir en busca del vampiro Ashzar. Se maldijo a sí mismo; se había hallado cerca de aquella región, y podría haber llegado hasta ella desde Quersia si no fuera por sus ansias de regresar pronto a casa. -¿No has tenido noticias de ella desde entonces?
-Me temo que no –suspiró Ian-. Pero, si te sirve de consuelo, mi sobrino Killian llegará esta misma tarde.
-¿Killian? –El rostro de River se iluminó, aunque el rey no pudo verlo. –Está bien, ¿verdad?
-Claro –sonrió Ian-. Llegará poco antes del atardecer. Pero antes, te pediría que te hicieras visible de nuevo, por favor. Así Killian podrá verte cuando llegue, y yo también podré verte al fin para prevenir a las gentes de que has llegado.
-Me gustaría hacerme visible –dijo River, apenado-. Pero por desgracia no sé cómo hacerlo, puesto que es un hechizo del más alto nivel en los Centros Umbanda, y yo no tengo ni idea de cómo conseguí volverme invisible.
-Los nuevos poderes, ¿no? –adivinó Ian; volvió a suspirar-. Tiene que haber algún modo, River. Si conseguiste una cosa, podrás conseguir devolverla a su estado anterior. Intenta recordar: ¿cómo te hiciste invisible? No soy maestro de magia ni mucho menos, pero conozco a varios magos, tú sin ir más lejos, y sé que se necesita concentración y empeño para realizar conjuros. Quizás eso te ayude.
Ian guiñó un ojo en la dirección en que creía que se hallaba River, y éste le sonrió amargamente, aunque el rey, una vez más, no pudo verlo. Pero tenía razón, pensó el mago. Tenía que haber algún modo de volver a ser visible, y ese modo se encontraba en la magia. Sobre todo en la nueva magia que poseía sin saber controlar.
El rey se levantó, carraspeando, y se acercó a la ventana de nuevo. Mientras contemplaba por enésima vez el pueblo de Arsilon con preocupación, River, sentado junto al trono de Ian, apretó los puños y cerró los ojos, deseando con todas sus fuerzas volver a ser visible. Sabía que era eso, sabía que el mero deseo le había proporcionado todos los medios necesarios para haber llegado a Arsilon a salvo: comida, defensa, un modo de pasar desapercibido… Todo ello lo había logrado tan sólo con desearlo desde que saliera del derruido Centro Umbanda quersiano. Y también había logrado hacerse invisible, por lo que se sentía totalmente capaz de conseguir lo contrario.
Llevaba en aquella posición lo que le parecieron horas, cuando comenzó a sentirse cansado de veras. Estaba empleando toda su magia en invertir el proceso al que se hallaba sometido, y había ido notando las fuerzas abandonarlo poco a poco. Sin embargo, estaba llegando a un punto en el que ya no podía aguantar más; se sentía terriblemente debilitado cuando abrió los ojos. Haciendo caso omiso de su falta de fuerzas, se miró las manos.
-Ian… -llamó.
El rey se dio la vuelta, pues aún seguía mirando a través de la cristalera. Se llevó una tremenda sorpresa al ver a su ahijado, de nuevo visible, con aspecto agotado y sus ropas sucias. Sonrió ampliamente, ante la mirada fatigada pero feliz de River.
-Por fin puedo volver a verte –dijo.
River se levantó para abrazarlo de nuevo, y dejó caer la cabeza sobre su pecho.
-Te has cansado –comprendió Ian-. Venga, vamos entonces a tu habitación, podrás asearte y descansar. Así, de paso, las gentes del castillo se enterarán de que estás aquí.


El atardecer llegaba a Arsilon. Un cielo rojizo cubría la ciudad cuando el príncipe Killian arribó a ella. Los arsilonianos se extrañaron de que viniera solo, pero parecía sano y salvo, por lo que no pararon de aclamarlo hasta que se metió en el castillo.
En los jardines, el rey Ian esperaba a su sobrino con las mismas ansias de siempre. Se acercó a él en cuanto descabalgó y lo estrujó entre sus brazos unos segundos. Killian sonreía ampliamente, pero parecía cansado y estaba sucio.
-No ha sido un viaje fácil –respondió a la muda pregunta de su tío cuando éste se lo quedó mirando inquisitivamente.
-Imagino que no –sonrió Ian-. Sentrist está lejos de aquí. Bueno, acompáñame adentro, me tienes que explicar todos los detalles de lo ocurrido allí. Además, tengo una sorpresa para ti –añadió, con una enigmática sonrisa que Killian no supo interpretar.
La sorpresa se hallaba esperándolo en el salón del trono.
-¡River! –exclamó en cuanto lo vio.
-Hola, Killian. –El mago le dirigió una cálida sonrisa.
-¿Qué les has hecho a los elfos para que hayan tenido que echarte de Greisan? –bromeó el príncipe, abrazándolo.
-Ojalá fuera eso lo que me hubiera traído hasta aquí… -murmuró River, suspirando.
-¿Qué te ha pasado? –preguntó Killian; su rostro se tornó preocupado al ver el semblante de su amigo. Entonces, sin saber por qué, se dio cuenta de que ya no era el mismo hechicero del que se despidió en Sentrist. –River, ¿qué te ocurre? Te noto… distinto.
Ninguno de los dos se percató, pero en aquel momento, Ian instó a salir de la sala a todos los presentes para dejar solos a los muchachos. River comenzó a narrar a su amigo todo lo ocurrido desde que se separaron, pero, como había hecho con Ian, se saltó el detalle de que había asesinado a dos elfos quersianos con la nueva magia que poseía. Killian escuchaba con la boca abierta, sorprendiéndose cada vez más a medida que su amigo le explicaba los nuevos poderes que tenía.
-¿Y dices que sentiste de nuevo agujas clavándose en tu cerebro? –preguntó cuando el mago concluyó.
-Con más intensidad que cuando me lo hizo Eyrien en el bosque –respondió River-. Por eso mismo, estoy seguro de que tuvieron que ser elfos los que me apresaron, y más seguro aún de que eran los Sabios de Siarta.
-Pero… eso es una acusación muy grave…
-Piénsalo, Killian –dijo River-. Todos estos acontecimientos los señalan, me di cuenta cuando me encontraba allí con ellos. Para empezar, me habían llevado al Centro Umbanda de Quersia. ¿Recuerdas que acababan de asolarlo unos hechiceros muy poderosos, matando a todos los magos y secuestrando a varios niños? –Killian asintió. –Pues eran ellos. Acuérdate de que, días antes, los Sabios habían señalado a Eyrien como traidora y se habían ido de Siarta, marcándola una semana después cuando se hallaba a merced del vampiro, para más inri –añadió River, antes de que su amigo pudiera replicar. –Es muy obvio, tienen que ser ellos.
-Creo que tienes razón –convino Killian tras pensarlo un poco-. Es mucha casualidad todo esto, Eyrien marcada como traidora una semana después de hacerse pública la noticia, el Centro Umbanda destruido, esos poderes que te han dado… Tienen que ser ellos –concluyó al fin.
-No en vano son los elfos más poderosos de todos los feéricos –aseveró River-. A todo eso que has dicho, yo añadiría el primer ataque del íncubo a Eyrien; parece ser que el Sabio más allegado a ella murió en aquel momento, mientras que los otros seis aún siguen con vida. Mucha casualidad, ¿no crees?
-Mucha –coincidió Killian, pensativo.
Sobrevino un silencio sepulcral en el que ambos meditaron cuidadosamente la posibilidad de que los Sabios pudieran haber llegado a hacer todo aquello. Pero, por mucho que buscaran más explicaciones, todas las pruebas los señalaban a ellos.
-Bueno –dijo River al cabo de un rato, rompiendo el silencio-. Ahora te toca a ti, príncipe de Arsilon. Cuéntame, ¿qué tal ha estado el viaje de vuelta? Al final viniste solo, por lo que veo.
-Sí –afirmó Killian-. Suinen tuvo que quedarse para atender a los ciudadanos sentristianos, y yo no podía demorar más mi marcha, por lo que… me atreví a cruzar medio continente solo. Tengo que decir, eso sí, que la magia me habría venido muy bien en algunos ataques de trasgos, pero por lo demás, todo bien.
-No te hizo falta la magia, pues en tal caso no estarías aquí ahora –replicó River con una sonrisa-. La guerra, aunque destructora, puede incluso fortalecer a los guerreros que participan en ella, y eso mismo te ha sucedido a ti.
Killian le devolvió la sonrisa. Siguieron allí sentados, contemplando el anochecer a través de las grandes cristaleras, charlando de vez en cuando, pero, sencillamente, disfrutando de la mutua compañía que ambos habían añorado durante el poco tiempo en que habían estado separados.

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Mensaje  Sandri Lun Mayo 18, 2009 5:37 pm

Capítulo 5: LA AYUDA DE EYRIEN
Pasaron casi dos meses antes de que Killian y River tuvieran noticias de Eyrien. Según parecía, la Elfa de la Noche llegaría pronto a Arsilon, y los dos jóvenes enseguida ardieron en deseos de volver a verla. Sobre todo River, que descubrió que, más que desear verla, lo necesitaba, no sólo por sus nuevos poderes, sino también por el simple hecho de volver a contemplar la belleza de los rasgos de la dama élfica.
Sin embargo, el día en que Eyrien llegó, nadie estaba prevenido, pues se la esperaba para unos días más tarde. En cuanto la elfa pisó la ciudad, acompañada por Eriesh y Freyn, la multitud comenzó a aclamarla sonoramente, y para cuando llegó a las puertas del castillo, Ian la esperaba, aunque desprevenido, alertado por los gritos de los felices arsilonianos.
-Bienvenida a Arsilon, joven Dama de Siarta –sonrió, inclinándose ante ella y besando su mano-. Es un placer para mí, como siempre, poder acogerte en mi modesto castillo. Espero que disculpes el humilde recibimiento, pero no teníamos constancia de que retornabas hoy.
-No te preocupes, Ian –sonrió la elfa a su vez-. Sabes que siempre me gusta venir a Arsilon, y los recibimientos son lo de menos mientras pueda disfrutar un poco de tu compañía.
El rey volvió a inclinarse un poco, para ir a saludar después al Elfo de las Rocas y al enano, que se alegraron mucho de volver a verlo. Luego, protegidos por varios guardias arsilonianos, entraron todos en el castillo.
Eyrien se encontró con una inesperada sorpresa a las puertas de su dormitorio.
-¡River! –exclamó-. ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en Greisan?
-Debería –asintió el mago, turbado-. ¿No te has encontrado con ellos o con Umbra?
-Greisan y Sentrist no están muy cerca, que digamos –replicó Eyrien-. ¿Qué has hecho, River? ¿Es que no eres capaz de convivir con los elfos sin llegar a insultarlos?
-¿Por qué todos os empeñáis en culparme a mí de que no me encuentre con ellos ahora? –gruñó River, enfurruñado-. Es cierto que mi temperamento no está hecho para convivir con elfos, pero ésta vez no ha sido culpa mía. Es más, la dama Islandis aún debe de estar preguntándose qué me ocurrió para que me separara de su lado, pues no lo sabemos ninguno.
Eyrien lo miró unos segundos, con los brazos cruzados y una expresión severa en su rostro. Finalmente, ésta se tornó preocupación.
-Ven conmigo –dijo, abriendo la puerta de sus aposentos-. Quiero que me expliques absolutamente todo lo que te ha sucedido.


Tras oír el relato de River, Eyrien no pudo menos de sentirse frustrada y confundida. Quiso saber absolutamente todos los detalles de la nueva magia del joven, aunque éste volvió a saltarse lo relativo a los elfos a los que había asesinado. Sin embargo, a Eyrien no se le escapaba nada.
-No me lo has contado todo –dijo; no era una pregunta, sino una afirmación.
-Te he contado todo respecto a los nuevos poderes que poseo –repuso River, dispuesto a llevarse ese secreto a la tumba-. Y con ello te pido, Dama Eyrien, que me ayudes a neutralizarlos.
-¿Neutralizarlos? –repitió la elfa, incrédula-. River, no puedes ni imaginarte la gran cantidad de ayuda que nos proporcionaría tu magia una vez supieras usarla.
-Ayuda es lo último que puede servir mi magia –masculló River.
-¿Acaso no te ha ayudado a llegar hasta aquí, oculto a todas las miradas, con algo que comer y con la clara idea de saber siempre hacia dónde ir? –inquirió Eyrien-. Eso es sólo una pequeña parte de lo que esa magia que ahora posees puede hacer y, controlada como es debido, nos ayudaría a acabar de una vez con Esigion de Maelvania.
-¿Cómo estás tan segura de que mis poderes pueden servir de ayuda? –preguntó River.
-¿Cómo estás tú tan seguro de que no? –replicó Eyrien, con un brillo de burla en sus ojos azules. Sin embargo, éste desapareció al ver la turbación del mago. –River, ¿qué te ocurre?
-Nada, es sólo que… no me parecen buenos poderes –contestó River, apartando la mirada.
-River… -Eyrien lo obligó a mirarla; su expresión no era dura no fría, sino preocupada y triste-. Vamos, puedes contarme qué es eso que tanto te preocupa, sabes que soy discreta.
El hechicero suspiró. En efecto, sabía que podía confiar en Eyrien, pero le daba miedo la reacción que ella tendría cuando supiera que había asesinado a dos de los suyos; aunque fueran Elfos de los Bosque, eran elfos, y no dejaban de ser de la misma raza que Eyrien. Sin embargo, se dio cuenta de que no podía seguir cargando con aquel peso él solo, por lo que decidió compartirlo con la elfa y atenerse a las consecuencias.
-¡¿Qué has hecho qué?! –gritó Eyrien-. ¡¿Pero tú te has vuelto loco?! ¿Cómo te atreves a matar a dos elfos?
River suspiró y se cubrió el rostro con las manos; parecía esperar y aceptar aquella reacción por parte de la elfa, pero también parecía muy desesperado y arrepentido. Eyrien se dio cuenta de ello y, aunque no le hacía ninguna gracia que el mago hubiera eliminado a dos de los de su raza élfica, trató de suavizarse; el joven ya se sentía demasiado culpable como para que se lo echara en cara.
-Lo siento –dijo, y River la miró con sorpresa en sus ojos verdes-. Sé que no fue culpa tuya, al fin y al cabo… aún no sabes manejar tu magia.
-¿De veras sigues creyendo que debo aprender a manejarla en lugar de eliminarla, después de saber lo que he hecho? –dijo River con incredulidad.
-Sí, River, lo sigo creyendo –afirmó Eyrien vehementemente-. Esa magia, aunque letal, es muy poderosa, y quizás sea crucial para enfrentarnos a Esigion de Maelvania llegado el caso…
-Espera –la cortó River, recordando algo-. Hay una cosa que tengo que contarte. Son sólo sospechas, pero se las he explicado a Killian y está de acuerdo conmigo.
Explicó su teoría sobre los Sabios de Siarta a la Dama de la Noche, y el rostro de ésta se fue tornando pálido e inexpresivo a medida que escuchaba.
-Sé perfectamente, Eyrien, que ésta acusación que estoy haciendo es muy grave, y que para ti es mucho más que eso –dijo el mago con tacto, para no provocar la ira de la elfa-. Pero te aseguro que he tenido mucho tiempo para pensar en ello, lo he meditado profundamente, he tenido en cuenta todos los detalles… y finalmente sólo me quedan ellos. No se me ocurre otra explicación –concluyó.
Eyrien escuchó éstas últimas palabras con los brazos cruzados y los ojos cerrados. Los abrió cuando el hechicero terminó, y éste pudo ver la pena y el desconcierto en sus bellos ojos azules, pero también vislumbró alivio por haber descubierto la verdad al fin.
-No eres el único que piensa así –dijo amargamente-. Llevo tiempo sospechando de todo el mundo, barajando todas las posibilidades que pudieran confirmar… algo, cualquier cosa, que añadiera un poco de luz a éste turbio asunto. Y parece ser que has sido tú quien la ha añadido, River. –La elfa le dirigió una intensa mirada-. Creo, al igual que Killian, que tienes toda la razón al pensar en ellos. Imran no debería haber muerto, y menos aún cuando me abandonaron en Dreisar a merced de Ashzar…
Cerró los ojos, pensativa, pero River no pudo contenerse.
-Disculpa –empezó-, pero, ¿qué ha sido de Ashzar? ¿Llegaste a su mansión?
-Claro que llegué –afirmó Eyrien casi con brusquedad-. Pero me temo que no llegué a averiguar mucho. Claro… -pareció caer en la cuenta de algo-. ¡Él forma parte del plan! Ashzar es un aliado de los Sabios, quienes desde el principio están tratando de eliminarme del mundo y eliminaros a vosotros. ¡Ahora lo entiendo todo!
River la miraba con ojos asustados, asimilando sus palabras.
-Eyrien… ¿de qué te has dado cuenta?
-Os lo explicaré a ti y al príncipe cuando lo traigas –respondió la elfa-. Vamos, ve por él, ¡la profecía debe cumplirse!
Sin dejar de sorprenderse y abriendo mucho los ojos, River salió corriendo del dormitorio. Entró como una exhalación en la habitación del príncipe.
-¡Killian! –llamó nada más entrar.
Se encontró la sala vacía, por lo que su mente buscó un lugar donde claramente podría hallarse el joven, y fue su misma mente la que se lo mostró en el patio de armas, asistiendo a un combate entre Eriesh y Freyn. Sin perder tiempo, River se encaminó allí, casi sintiendo que sus pies volaban en lugar de correr, sin tocar el suelo.
Se llevó a su amigo del patio de armas arrastrándolo de un brazo, dejando sorprendidos a los combatientes y a los espectadores. Killian se revolvió y se soltó del brazo de River.
-¿Se puede saber qué te pasa? –preguntó.
-Es una urgencia –respondió el mago-. Eyrien nos necesita, parece ser que ha descubierto una serie de cosas que harán que la profecía se cumpla. Pero no me preguntes sobre el contenido de ésta, porque aún no lo sé.
Lo dijo todo sin parar de caminar a paso ligero, y Killian tuvo que acelerar para alcanzarlo. Sin embargo, tras saber que todo aquello era a causa de Eyrien, no puso más objeciones.
Eyrien se había cambiado de ropa y aseado cuando llegaron. Los vio aparecer en la puerta y se levantó de la cama, preparada para algo que los muchachos desconocían. Los hizo acercarse hasta ella y tomó a cada uno de una mano, diciéndoles luego que se sujetaran ambos las que tenían libres. Entonces, la elfa se dirigió a River.
-Préstame atención, mago –ordenó-. Voy a explicarte lo que tienes que hacer ahora. Veréis, el plan consiste en ir al lugar donde tú fuiste secuestrado, para enfrentarnos cara a cara con los Sabios de Siarta. Así pues –prosiguió, ignorando los rostros claramente sorprendidos de River y Killian-, tienes que llevarnos hasta allí usando la nueva magia que corre por tus venas.
-¿Llevaros? –repitió River-. ¿Cómo?
-Supongo que sabrás lo que es la teletransportación, y que los magos más poderosos de entre los humanos aprenden, aun con dificultad, a manejarla lo suficiente para no realizar largos viajes –explicó Eyrien, y River asintió-. Bien, pues… ahora mismo tienes el nivel de esos magos, y debes llevarnos a Killian y a mí hasta el Centro Umbanda de Quersia. Sin perderte tú por el camino, claro.
River se sorprendió aún más que antes, si cabía. No se sentía absolutamente capaz de aquello.
-Eyrien, me estás pidiendo algo imposible, no sé controlar mi magia, y nunca he realizado…
-Puedes hacerlo, River –le sonrió la elfa-. Como hijo de Lander, estoy segura de que no nos decepcionarás.
-Sí –intervino Killian con una sonrisa-. Yo también sé que puedes hacerlo.
Confundido y turbado por las palabras de sus amigos, River alzó la mirada.
-¿Qué tengo que hacer? –preguntó con voz temblorosa.
-Tan sólo concentrarte –contestó Eyrien-. Visualiza el lugar donde estuviste preso, e imagínate llegando de nuevo a él. Eso sí, procura que no estén tus captores en él.
-¿Y eso cómo lo hago?
-Debes repetir la misma operación que para salir: posees el don de la clarividencia, por lo que puedes ver lo que hay detrás de cada puerta y escoger una sala vacía para aterrizar en ella.
-¿Aterrizar? –repitió Killian, tragando saliva-. ¿Vamos a… volar?
-No exactamente –aclaró Eyrien-. Nuestros pies van a dejar de tocar el suelo unos instantes, para luego posarse, con delicadeza o brusquedad según la magia del mago, en el suelo del lugar al que vamos. Ante todo, no podéis soltaros en ningún momento y bajo ninguna circunstancia, pues podríais escindiros.
Los dos amigos cruzaron una aterrorizada mirada, para luego apretarse las manos, completamente decididos a no caer ni dejarse caer el uno al otro.
-River, puede ser que te canses muchísimo con este conjuro, pues requiere un gran esfuerzo –continuó Eyrien-, por lo que trataré de transmitirte algo de energía mágica para que puedas realizar el hechizo sin problemas. Venga, ya es hora de dejarse de charlas. –Apretó las manos a los muchachos-. Killian, agárrate muy fuerte a ambos, no te sueltes por nada del mundo. River, ¿estás preparado?
River respiró muy hondo antes de responder:
-Estoy listo.
-Cierra los ojos, pues –dijo Eyrien con suavidad-. Empieza a visualizar el Centro Umbanda, inspecciónalo con cuidado… No te pongas nervioso, no tiene por qué salir nada mal. Sólo concéntrate…
River se dejó envolver por la dulce voz de Eyrien, procurando no distraerse demasiado para seguir sus instrucciones. La obedeció al pie de la letra, pues él nunca había realizado aquel hechizo y, aunque la elfa tampoco, tenía muchísima más experiencia en el mundo de la magia. Se concentró en visualizar las habitaciones donde había permanecido encerrado, y enseguida empezó a sentir sus fuerzas mágicas evaporarse poco a poco. Pero, sorprendentemente, percibió que tenía más energía que antes de poseer aquellos poderes, por lo que decidió no desperdiciarla y emplearla por completo en buscar un lugar seguro donde llevar a Eyrien y a Killian. Pudo ver a sus captores reunidos en la habitación donde lo habían torturado, pero descubrió desierta la pequeña cárcel donde lo había visitado aquel misterioso Elfo de la Noche. Invirtió entonces las escasas pero poderosas fuerzas que le quedaban para llegar hasta allí, sintiendo su magia y la que Eyrien le proporcionaba correr por sus venas. Tan concentrado como estaba, no notó que sus pies se despegaban del suelo…

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Mensaje  Sandri Vie Mayo 22, 2009 5:35 pm

Capítulo 6: LA PROFECÍA, (primera parte)
Cuando River volvió en sí le dolía todo el cuerpo. Se encontró en una sala fría y sombría, y con un breve vistazo más la reconoció como su prisión cuando estuvo secuestrado. Oía voces a su alrededor y sentía a alguien que permanecía junto a él, pero no lo vio; se encontraba tan cansado que fue incapaz de abrir los ojos.
-… En efecto, estamos en el Centro Umbanda de Quersia –oyó la que reconoció como la voz de Eyrien-. El mago ha hecho realmente bien su trabajo; ya le dije que su magia podría resultarnos beneficiosa.
-Entonces fue bueno que los Sabios le entregaran la magia que ahora tiene, ¿verdad? –dijo la voz de Killian, muy cerca de donde él se encontraba-. Nos ha ayudado mucho hasta ahora.
-Y debe ayudarnos –perseveró la elfa-. Cuando despierte y salgamos de aquí, vamos a enfrentarnos a la peor pesadilla que nadie podría soñar jamás.
Killian tragó saliva, preguntándose qué querían decir las palabras de la Dama de la Noche.
-¿La… profecía? –murmuró con voz temblorosa; no se atrevía a importunar a Eyrien.
-Sí; la profecía –respondió ella sombríamente-. Ahora entiendo perfectamente que obré bien al no asesinaros tras conocer mi misión. Si no hubieseis sido vosotros los que derrocarais a los Sabios, hubieran sido otros jóvenes cualesquiera, quizás del pueblo llano, quizás de la realeza… Quién sabe. Pero lo que está claro es que los Sabios son los traidores, y no nosotros. Desde el principio lo fueron.
Killian se quedó helado tras oír estas palabras. La sorpresa y la conmoción le hicieron abrir y cerrar la boca varias veces sin llegar a emitir sonido. Así que aquella era la profecía… River y él, acabando con los elfos más poderosos de los dos continentes: los Sabios Videntes de Siarta, sin ir más lejos.
-¿En ello consiste la profecía? –dijo de pronto la voz de River a su lado, sobresaltándolo-. ¿Killian y yo, convertidos en traidores por derrocar a los Sabios?
Se había incorporado hasta apoyarse en la pared y se palpaba el magullado cuerpo. Killian, consciente de su cansancio por el enorme esfuerzo que había realizado, le dirigió una cálida sonrisa, que River correspondió con los ojos entrecerrados.
-¿Cómo te encuentras, hechicero? –se interesó Eyrien, inclinándose junto a él-. Casi nos quedamos sin ti cuando llegamos aquí.
-Te has pegado un buen golpe –recordó Killian con amargura.
-Estoy bien –suspiró River, haciendo un esfuerzo por parecerlo.
Sin embargo, su palidez debió delatarlo, pues la elfa lo hizo mirarla unos segundos, dándose cuenta de que sus ojos verdes reflejaban un enorme e inmenso agotamiento, quizás el mayor que podría sentir jamás. River no pudo soportarlo mucho y se vio obligado a unir los párpados y dejar caer la cabeza sobre la pared, provocando una exclamación ahogada a Killian y una mayor preocupación a Eyrien. Sin embargo, la elfa se mantuvo serena y se apresuró a transmitir energía al Alto humano. River volvió a abrir los ojos al poco, para alivio de Killian, encontrándose otra vez recuperado, o al menos con suficientes fuerzas como para sobrevivir a un nuevo combate. Vio los azules ojos de Eyrien clavados en él, y entendió lo que había sucedido.
-Me has dado parte de tu energía –adivinó-. Ahora estás tú más débil.
-Sobreviviré –sonrió ella-. Lo importante aquí es que vosotros dos os encontréis bien para cumplir con la profecía.
Se irguió sin dejar de sujetar su arco, alerta, mientras Killian ayudaba a su amigo a ponerse en pie.
-¿Seguro que te encuentras bien? –le preguntaba una y otra vez-. Podemos esperar un poco más a que te recuperes del todo…
-Estoy bien, de verdad –sonrió River-. Tengo suficiente energía como para acabar con un regimiento entero de guls y otro de wendigos.
-Será mejor que eso sea cierto, mago –intervino Eyrien-, pues lo que nos espera en éste lugar es mucho más peligroso que guls, wendigos y kapres juntos.
-Pues venga, manos a la obra –decidió River-. Acabemos con ello cuanto antes.
La elfa sonrió al ver la determinación y la furia encendiendo sus ojos verdes.
-Sí, será mejor –convino-. Ve preparando los conjuros más poderosos, y tú, príncipe, no te separes de mí o del mago mientras repartes estocadas, pues la magia que realizarán nuestros enemigos podría acabar contigo con extrema facilidad.
-Eso no ocurrirá –aseguró River, mirando a su amigo; éste le sonrió.
La Elfa de la Noche también esbozó una sonrisa.
-Indícanos, pues, el lugar donde se hallan de éste edificio –pidió.
River no necesitó siquiera cerrar los ojos: en tan sólo un parpadeo vio la imagen que necesitaba ver.
-Están en el piso subterráneo –dijo-. Tenemos que bajar las escaleras del otro lado del pasillo y entrar en la habitación del fondo. Pero ellos ya saben que estamos aquí.
-No hay duda de que son los Sabios –dijo Eyrien, abriendo la marcha-. Nuestras sospechas eran acertadas.
River detectó amargura en sus últimas palabras, e incluso oyó el inaudible suspiro que la elfa lanzó. Pero no quiso decir nada, y se apresuró a seguirla con Killian tras él.
El edificio en el que se hallaban era tétrico y oscuro. Tenía ventanas a ambos lados del pasillo que recorrían, con todos los cristales rotos, y a través de ellas podían verse habitaciones destrozadas, con mesas y sillas partidas en varios trozos, y pizarras caídas al suelo e incluso del revés. River lo reconoció en cuanto salieron al corredor: era un Centro Umbanda, el Centro Umbanda de Quersia, el que había sido arrasado por misteriosos y poderosos hechiceros. Su rostro debió de tornarse blanco, mostrando su angustia y desaliento, pues Killian le pasó un reconfortante brazo por los hombros. River le sonrió tristemente, sin poder apartar la vista de las aulas destruidas.
Pronto llegaron a las escaleras, unas majestuosas escalinatas de mármol rojo. Estaban agujereadas por varios sitios, pero no impedían el paso. Eyrien bajó con una agilidad impresionante, y River y Killian aún se hallaban a la mitad cuando ella ya los aguardaba en la planta subterránea. Continuaron la marcha a través de los pasillos, procurando no mirar a los lados para no ver las clases arrasadas; sobre todo River. Como estudiante del Centro Umbanda de Arsilon, aquello le afectaba más que a ninguno; podría haber sucedido en su escuela, pensaba.
Decidió dejar estos oscuros pensamientos de lado, pues ya llegaban a las puertas tras las cuales se encontraban los elfos enemigos. Tenía que concentrarse en proteger a Killian y ayudar a Eyrien cuanto hiciera falta, por lo que olvidó lo que había visto en aquellas salas y se concentró en los hechizos que emplearía a continuación.
Eyrien empujó las puertas sin ninguna ceremonia y entró en el cuarto con paso firme. Estaban en una de las salas de entrenamiento mágico del centro, lugar idóneo para la batalla que habían de librar contra los Sabios.
-Al fin estás aquí, querida –dijo una voz femenina, sobresaltándolos; River la reconoció como la voz que había oído cuando se hallaba prisionero.
-Hola, Sabia Hizel –saludó Eyrien con aparente calma.
Ante ellos apareció una Elfa de la Noche muy anciana, quizá la más anciana que los humanos podrían haber llegado a imaginar que verían en sus vidas. Su rostro estaba marcado por las arrugas y caminaba encorvada.
-Temíamos que nunca llegarías –intervino un hombre, surgiendo de la oscuridad junto a su compañera; a River le sonó su voz.
-Sabio Lubisten –apeló Eyrien en señal de saludo.
-Así que has venido con los traidores –observó éste-. Me place comprobar que, al fin y al cabo, no vas a cumplir con tu misión, pero nos dejarás a nosotros hacerlo.
Eyrien esbozó una sonrisa entre burlona y sarcástica.
-Ambos sabemos que eso no va a suceder, Sabio Lubisten –replicó-. No son ellos los traidores, sino vosotros.
En el rostro del Sabio se dibujó una sonrisa también burlona.
-Si te opones a neutralizar la profecía, morirás –amenazó.
-Si mi muerte contribuye a ver la profecía cumplida, que así sea –aceptó Eyrien con calma.
-¡No! –gritó River, sin poder contenerse-. Aquí nadie va a morir más que vosotros, ¡traidores!
Killian, nervioso y tembloroso como un flan, lo agarró de la túnica para acallarlo. River fue a replicarle, pero vio comprensión y apoyo en la mirada de su amigo, además de miedo, por lo que calló y miró al frente con determinación. Eyrien, ante ellos, sonreía.
Cuatro figuras más se hicieron de pronto visibles ante ellos. El rostro del Sabio Lubisten destellaba de ira, mientras que el de la Sabia Hizel mostraba resignación. Los otros cuatro Elfos de la Noche expresaban burla, furia, rabia y arrogancia.
-¿Te atreves a enfrentarte a nosotros, necio humano? –casi escupió el Sabio Lubisten.
-Sí –respondió River, desafiante. Aquélla vez, ni Killian ni Eyrien intentaron hacerlo callar.
-Entonces, tú y tus compañeros sucumbiréis a la furia de los Sabios de Siarta –sentenció el Sabio, iracundo.
-Eso será si yo quiero –replicó River, sin temor. Killian no pudo reprimir una sonrisa nerviosa, y Eyrien lo miró orgullosa al oírlo.
-Basta de palabras, pues –decidió la Sabia Hizel-. Si tenemos que enfrentarnos, hagámoslo cuanto antes.
Eyrien sujetó su arco con más fuerza; Killian blandió su espada con nerviosismo, pero dispuesto a luchar; y River, sintiendo el peligro tras ellos, se volvió a tiempo de detener con su arma a un Elfo de la Noche que se acercaba al príncipe para asesinarlo por la espalda. Reconoció en él al elfo que se había reído de él cuando se hallaba prisionero, pero antes de que pudieran chocar los aceros una vez más, Eyrien se interpuso entre ellos.
-¡Detente, Konogan! –gritó-. El mago y el príncipe no te han hecho nada, déjalos en paz.
-¿Qué te hace pensar que voy a hacerlo, Eyrien? –sonrió Konogan burlonamente.
-Mi espada y mi magia–repuso la elfa con decisión.
Al momento atacó, y los humanos oyeron su voz en sus cabezas mientras peleaba sin descanso:
-La profecía no me incluía a mí para acabar con los Sabios, debéis hacerlo vosotros. Killian, la Sabia Hizel es lo suficientemente benevolente como para luchar contra ti con tus mismas armas, no necesitarás magia. River, me temo que te corresponderán los otros Sabios; no serán misericordiosos como para usar sólo espadas. Debéis compenetraros bien y no separaros, cualquier error puede resultar fatal. Iré a ayudaros en cuanto acabe con este traidor.
Los dos amigos cruzaron una mirada y asintieron. Alzaron sus espadas con furia y se lanzaron contra los elfos, decididos a derrocarlos, como rezaba la profecía.

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Mensaje  Sandri Vie Mayo 22, 2009 5:36 pm

Y con esto acabo ya la teoría sobre lo que pudo haberle pasado a River (vuelvo a repetir que la escribí antes de que saliese el Poder del Mago Razz). A quien lo lea, espero que le guste ^^

Capítulo 6: LA PROFECÍA (segunda parte)
La Sabia Hizel, en efecto, se enfrentó a Killian usando solamente un arma, con demasiada agilidad para lo anciana que era, pensó el príncipe. Detuvo una estocada y embistió contra ella, tratando de desarmarla para silenciarla para siempre. Pero la elfa era hábil y rápida, a pesar de su milenaria edad, y obligó al Bajo humano a seguir luchando un poco más.
El Sabio Lubisten dominaba una magia muy poderosa que a River le costaba combatir; sin embargo, descubrió que conocía todos los hechizos que el elfo empleaba a medida que éste los iba realizando, por lo que los usaba él tras detenerlos, intentando pillarlo por sorpresa.
-¡Elimínalo! –bramó el Sabio de pronto en lengua élfica.
River reconoció aquel conjuro: era el mismo que él había utilizado para acabar con los dos Elfos de los Bosques. Palideció, sabiendo lo que podría sucederle, pero se esforzó por crear un escudo protector en apenas unas décimas de segundo, antes de que el hechizo pudiera alcanzarlo. Nada más pronunciar las palabras élficas necesarias, sintió que la potencia del encantamiento golpeaba con fuerza su campo de protección, y tuvo que emplear más energía mágica para mantenerse a salvo. Pero no se rindió, a pesar de que el Sabio Lubisten aumentaba progresivamente la ferocidad del conjuro para hacerlo caer.
De pronto, la creciente sensación del hechizo enemigo purgando por entrar en su escudo protector desapareció. Sin hacerlo desaparecer del todo, River miró al Sabio, y lo encontró luchando cuerpo a cuerpo contra Eyrien, quien ya había vencido al elfo Konogan. El joven mago pensó que era difícil determinar quién era más hábil, si la Dama de Siarta o si el Sabio Vidente. Pero no se entretuvo mucho en observarlos luchar, pues otro Sabio lanzaba contra él la potencia de un conjuro paralizante. River lo ralentizó para después devolverlo a su dueño con más fuerza que al principio.
Agotado pero satisfecho, Killian contempló el cuerpo inerte de la Sabia Hizel a sus pies. Le había costado lo suyo, e incluso le había enternecido la estoica mirada que la elfa le había dirigido antes de que él la asesinara, pero lo había logrado: ya había un Sabio menos que combatir. Se dio la vuelta con la espada en ristre, dispuesto a seguir luchando aunque le fuera la vida en ello, y buscó a sus amigos con la vista. Eyrien se hallaba peleando contra el iracundo Sabio Lubisten, quien le arrojaba hechizos a diestro y siniestro, pero ella se defendía con la misma agilidad y fiereza de siempre; no parecía tener ningún problema.
Pero River se hallaba en un serio aprieto. Los cuatro elfos restantes lo habían rodeado y lo atacaban casi respetando un orden, por turnos. Killian no se lo pensó dos veces: se lanzó hacia el Sabio que tenía más cerca, con la espada en alto, y la dejó caer sobre él con un grito de guerra. El elfo cayó muerto al instante.
River dirigió a su amigo una sonrisa de alivio y agradecimiento, pero luego se apresuró a protegerlo con un escudo invisible, pues uno de los Sabios que quedaban en pie había lanzado un conjuro contra él. Killian se lanzó entonces contra aquél elfo, sin importarle que éste jugara o no con sus mismas cartas, y comenzó a embestir contra él. Su amigo, sin quitarle un ojo de encima, se preocupó de defenderse de los otros dos Sabios, hechizo tras hechizo, estocada tras estocada, buscando también a Eyrien para ayudarla si era necesario.
La Elfa de la Noche era incapaz de vencer al Sabio Lubisten; éste la superaba en conocimiento de conjuros de ataque y defensa, así como en el dominio de la espada. Eyrien se preguntó dónde se hallaba la vejez de aquellos elfos, pues eran más listos mentalmente, pero su cuerpo, en teoría, estaba muy deteriorado. A pesar de ello, el Sabio Lubisten mostraba una fiereza que Eyrien nunca hubiera imaginado en él. En cambio, ella se debilitaba cada vez más por dos razones: la energía que había prestado al mago, y las fuerzas que el íncubo Ashzar le había extraído las veces que le había mordido el cuello. Cansada y sabiéndose vencida, pero sin querer morir antes que los Sabios, envió una orden mental al hechicero:
-¡Ahora, River!
River se sobresaltó al oír la voz de la elfa en su cabeza. Acababa de asesinar a uno de los elfos contra los que luchaba y aún quedaban en pie otros tres, uno para cada uno. Antes de seguir peleando contra el que lo atacaba, comprendió qué era lo que la Hija de la Noche le había pedido: quería que realizara aquel hechizo.
En un descuido de su oponente, Killian le clavó la espada en el pecho. Fue entonces cuando oyó la voz de su amigo pronunciar una palabra élfica. No debería sentirse sorprendido, pues ya estaba acostumbrado a la magia de River como descendiente de elfos que éste era. Sin embargo, aquella vez la voz del hechicero le llegó extraña, como si no fuera la suya, como si alguien le hubiera modificado la voz de pronto.
No tuvo tiempo de seguir pensando en ello mucho más, pues el elfo al que acababa de asesinar había comenzado a arder de repente. Asustado, Killian saltó hacia atrás con una exclamación de asombro, y se percató de que los Sabios contra los que luchaban sus amigos sufrían distintos tipos de muerte: por el cuerpo del contrincante de River se habían abierto innumerables brechas, de las que empezó a manar sangre roja y dorada y, antes de tener tiempo de gritar, se desvaneció en el aire. Aterrorizado, Killian dirigió su vista al Sabio Lubisten, al tiempo de verlo desvanecerse también en el aire tras una especie de sacudida eléctrica muy fuerte. Oyó un ruido metálico tras él, y se dio cuenta de que el Sabio al que acababa de clavar su espada se había consumido entre las llamas, dejando su arma intacta. Se agachó a recogerla, tembloroso, y tuvo que armarse de valor para ser capaz de volver a mirar a su amigo.
Horrorizado por el hechizo que había pronunciado, River era incapaz de ver sus efectos de nuevo, por lo que cerró los ojos mientras oía a los elfos gritar. Oyó cómo se desvanecían los dos más cercanos a él, su rival y el de Killian, y escuchó los innombrables improperios que el Sabio Lubisten le dedicó antes de desaparecer para siempre. Con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho y temiendo la reacción de sus amigos, River abrió los ojos.
Como esperaba, los cuerpos de los tres elfos no estaban por ninguna parte; tan sólo eran visibles aquellos a los que habían asesinado entre los tres, sin aquel hechizo mortal. Dejando caer el arma y respirando entrecortadamente, el Alto humano miró al príncipe: se le rompió el alma al ver su mirada de incomprensión y, casi se atrevería a jurar, miedo. Suspirando desalentadoramente, dirigió su mirada a Eyrien; la elfa no mostró expresión alguna al ver sus ojos observándola, sino que, simplemente, se puso en pie, recogió sus armas y caminó hacia el cuerpo de Konogan. Ni River ni Killian lograron entender qué hacía la Dama de la Noche con una mano sobre la frente del elfo, los ojos cerrados y palabras inaudibles saliendo de sus labios, que se movían con una rapidez casi imperceptible.
Mientras Eyrien realizaba aquel extraño ritual, Killian volvió a mirar a su amigo pero, ésta vez, sin que él se diera cuenta. No le gustaba nada la magia que acababa de realizar, pero tampoco recordaba haberle oído nunca conjurarla, como tampoco había visto nunca al hechicero tan apesadumbrado y decaído. Casi se odió a sí mismo al recordar la mirada que le había lanzado.
-River –lo llamó en un susurro; carraspeó y tragó saliva antes de proseguir, sintiendo sus tristes ojos verdes clavados en los suyos-: Yo… eh… gracias por… acabar con todos los elfos.
Apartó la mirada, azorado, sin poder creerse que aquello le estuviera pasando con el que había sido su mejor amigo, casi como su hermano. Pero su magia había llegado a intimidarlo y se sentía incómodo. River, sin embargo, le dirigió una amplia aunque amarga sonrisa.
-No hay de qué –respondió solamente-. No tienes que seguir fingiendo, Killian –añadió al poco, volviéndose a mirarlo-. Sé que no te ha gustado el hechizo que he llevado a cabo.
-Pues ahora que lo dices… no -confesó Killian-. Es magia… destructiva. Se desvanecieron en el aire después de arder, electrocutarse o sangrar preocupantemente…
River se estremeció.
-Escucha, a mí tampoco me ha gustado tener que hacerlo –aclaró-. Pero nos hubieran vencido si no fuera por ese conjuro.
-No debes enojarte con el mago, caballero, sino conmigo –intervino Eyrien. Los jóvenes la miraron, pero ella no había variado su posición; les hablaba telepáticamente-. Fui yo quien le pidió que realizara esa magia y él obedeció; yo soy la culpable.
-De ningún modo, Eyrien –contradijo River-. Pude no haberte hecho caso, pero preferí seguir tus órdenes.
-Y, en tal caso, aún seguiríamos luchando –comprendió Killian-. Y quizás no tendríamos tanta suerte. Lo siento, River, sé que no elegiste tener estos poderes…
Desconcertado pero aliviado, River se dejó abrazar por él, reconfortado, sin llegar a ocurrírsele la idea de que Eyrien podría haber establecido un contacto telepático con el príncipe para explicarle lo ocurrido, pues éste desconocía la muerte de los Elfos de los Bosques porque el mago no había querido que lo supiera. Sin embargo, la Dama de Siarta había considerado oportuno revelárselo; al fin y al cabo, Killian era la persona de mayor confianza de River.
-Bueno, hechicero –dijo Eyrien, incorporándose al fin y acercándose a ellos con una triste sonrisa dibujada en su hermoso rostro-. Va siendo hora de que regresemos a Arsilon. La profecía ya se ha cumplido, aquí no hay nada más que hacer. ¿Te sientes con fuerzas para utilizar un poco más tu magia?
River asintió enérgicamente, aunque ni él mismo estaba seguro de ello.
-¿De veras? –inquirió Eyrien, arqueando una ceja-. Yo creo que valdría más que aguardásemos un poco. Todos estamos cansados, River, y tú el que más –agregó al ver que el mago se disponía a replicar.
-Venga, River. –Killian le puso una mano en el hombro-. Descansa un poco, no te esfuerces. Ya tendremos tiempo de regresar a Arsilon.
Consciente de que no podría rebatir los argumentos de sus amigos, River se dejó caer contra la pared hasta llegar al suelo, en medio del príncipe y la elfa.
-Eyrien –dijo al poco Killian-, cuéntanos, ¿qué va a ser ahora de Siarta y de los Cazadores sin los Sabios?
Consiguió lo que se proponía: River alzó la cabeza y prestó atención a la respuesta de la Dama de la Noche.
-Será difícil –aseveró ésta-, pero Siarta deberá recuperarse y escoger a otros elfos para desempeñar la labor de los Sabios Videntes. Mientras tanto, los Cazadores no tendremos misiones como las que teníamos hasta ahora: si no hay Sabios para leer las estrellas, no pueden conocerse ni neutralizarse las profecías que éstas revelen. Por tanto, seré libre durante un tiempo. Podré volver a Siarta…
Sus ojos brillaron un momento, llenos de alegría, y en sus labios se dibujó una feliz sonrisa. Los dos humanos cruzaron una mirada, contentos por ella, pero River no pudo aguantar mucho rato antes de preguntar:
-¿Cómo se eligen unos nuevos Sabios cuando los anteriores… -vaciló, sin saber cómo acabar la frase- …ya no están? –concluyó al fin.
-Los elfos que aspiren a ser Sabios Videntes de Siarta han de pasar, digamos, una serie de pruebas –respondió la elfa, aún con la felicidad dibujada en el rostro-. Según las habilidades de cada elfo, que por supuesto tienen que ser de la Noche, se les asigna una misión distinta que deben cumplir en un plazo máximo de tres días en cualquier lugar del Continente Norte. Absolutamente todas las pruebas son muy duras, a cuál más complicada, y los elfos victoriosos tendrán el privilegio de ser los Elfos de la Noche más importantes de Siarta y de ambos Continentes.
-Seguro que es muy interesante asistir a la elección de los Sabios de Siarta –comentó River.
-Lo es –afirmó Eyrien.
Luego cerró los ojos y calló, por lo que los tres se sumieron en un silencio sepulcral. Eyrien pensaba en su familia: su padre, sus hermanos, su cuñada y su sobrina, a los que podría ver a su regreso a Siarta. Añoraría a su madre, quien residía en Quersis, pero la había visto hacía relativamente poco tiempo, por lo que soportaría su ausencia en Siarta, arropada por el resto de su familia. River, recuperando fuerzas a su lado, no dejaba de pensar en lo que haría a partir de entonces, al tener más magia que ningún Alto humano y al haber acabado con los Sabios de Siarta. Se preguntaba cómo sería acogido por los arsilonianos y por la corte real: quizás sería tratado como un héroe, o quizás como un traidor. Suspiró mientras cerraba los ojos; no podía saberlo.
Killian, inquieto también por el recibimiento que le darían en Arsilon, se acordó de algo y rompió el silencio.
-Eyrien –apeló-, me gustaría saber… bueno, cómo acabó aquello del íncubo, si salió bien o…
Nuevamente, River alzó la cabeza para atender a la respuesta de la Hija de la Noche. Ésta exhaló un largo suspiro antes de responder.
-Supongo que acabó como debía acabar –dijo-. Encontré el castillo de Ashzar en Selbast, entré en él con Freyn y Eriesh…
-¿Y? –la animó River al ver que iba bajando el tono poco a poco.
-Pues… me encontré con Ashzar –prosiguió Eyrien-. Hablamos un poco, trató de convencerme de que me quedara con él… y conseguimos llegar a un acuerdo.
-¿Qué acuerdo? –quiso saber Killian, intuyendo que no le gustaría la respuesta.
-Hube de quedarme un tiempo con él –explicó Eyrien-. Quería que le sirviera en su castillo y, a cambio de ello y con la persuasión de Eriesh y Freyn, prometió no volver a importunarme y contarme todo lo referente a los Sabios de Siarta, es decir, lo que tú, River, habías deducido sobre ellos.
-Y… ¿te ayudó con sólo servirle en su castillo? –se extrañó River, aunque intuía el tipo de servicio que Ashzar había precisado de Eyrien.
-Sí –respondió la elfa solamente, y giró la cara para dar a entender que no sería más explícita.
River cruzó una mirada de preocupación con su amigo.
-Bueno… yo ya me siento mejor –dijo, para cambiar de tema-. Podemos irnos ya, no es necesario que permanezcamos más tiempo aquí.
Habló mientras se iba poniendo en pie, volviéndose luego para ayudar a la Dama de Siarta. Ésta tomó su mano con una sonrisa de agradecimiento, y luego ambos tendieron las que tenían libres hacia Killian, quien las estrechó sonriente. River cerró los ojos y frunció el ceño en señal de concentración, y pronto sintió su magia y la energía de Eyrien corriendo por sus venas. De pronto, notó que sus pies se despegaban del suelo, así como los de Eyrien y Killian, y sonrió.
Regresaban a casa…

Sandri
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